Presentación

Desde hace algunos años venimos investigando la actuación a través de seminarios y talleres dirigidos a actores en busca de nuevas herramientas. En grupos reducidos hemos transitado ejercicios especialmente pensados para profundizar nuestra comprensión de los ejes fundamentales de la actuación. A veces, frente a la dificultad surgieron dudas, miedos y frustración; otras, todo parecía ordenarse y pudimos sentirnos confirmados en el rumbo tomado. Pero por sobre todo avanzamos buscando respuestas, pequeñas pistas que nos permitieran ver con mayor claridad e ir encontrando maneras más eficaces para intentar trasmitir.

Combatimos lógicas de resultado para renovar siempre el compromiso con el trabajo, la búsqueda, el deseo. Aprendemos a aceptar el movimiento, los vaivenes; ejercicios que hacíamos dejamos de hacerlos, otros fueron surgiendo y de seguro otros esperan para ser descubiertos.

En ningún caso nuestra práctica pretende ser exhaustiva en lo que a la formación del actor refiere. Todo lo contrario: pensamos que en el mejor de los casos, los actores vamos buscando herramientas a través de diferentes propuestas y construyendo así nuestra propia caja de útiles. Hay tantos métodos como actores y nuestro abordaje no es ni mejor ni peor que muchos otros. Diríamos sí que se trata de una propuesta que toma partidos claros y coherentes entre sí. Ellos responden a una determinada concepción de la actuación que se traduce en ejercicios concretos para el entrenamiento del actor.

Hoy surge el deseo y la necesidad de dar cuenta de alguna manera de esta investigación. Intentaremos hacer algunos cortes dentro de este proceso turbulento para tal vez afirmar, reflexionar, preguntar, comparar.

Esperamos que las resonancias y las reacciones de este espacio enriquezcan las distintas búsquedas.

Un acto de fe

Como decíamos más arriba, actuar consiste en tomar por verdaderas circunstancias imaginarias. No se trata de hacer existir nada, sino tan sólo de creer en dichas circunstancias. Sí la esencia de la actuación no se juega tanto en el "dar" como en el "recibir", la tarea del actor consiste en ganar en vulnerabilidad. Ser lo suficientemente vulnerable como para que con poquito pudiera pasarme mucho. En este sentido, el arte del actor consiste en ser sensible a las pequeñas diferencias. Cuanto más preciso sea nuestro registro perceptivo, tanto más ricos serán los matices de nuestras reacciones.

El resto es una pura cuestión de fe. Y tener fe es lo contrario de necesitar ver para creer. Y esto no es un detalle menor, pues en buena medida ahí radica la diferencia entre la actuación y la locura.

En su libro "El actor y la Diana", Declan Donnellan se sirve de la relación de Romeo y Julieta para dar cuenta de este fenómeno. Cuando Romeo viene a buscar a Julieta para huir con ella, de seguro se imagina que la encontrará peinadita y con valija en mano, lista para zarpar. Espera encontrarla así, pero lo que ve al llegar bajo el balcón es una Julieta insegura, que piensa en su padre, en su apellido. Es por eso que le habla y, cuanto más le habla, más insegura la ve. Y Donnellan es contundente cuando dice que esto es verdadero más allá de lo que haga la actriz que encarna a Julieta. Es decir, que aunque interprete a Julieta una modelito de turno, al actor que encarne a Romeo le convendrá imaginar que encontrará una Julieta lista para zarpar y descubrir una Julieta insegura y temerosa.

Esto deja por fuera de los problemas de la actuación propiamente dicha las famosas y reiteradas quejas que como actores frecuentemente enunciamos diciendo "¡Pero no me da nada!"o "Actuar con el/ella es peor que actuar solo". Es evidente que la escena no funcionará tan bien, pero de seguro no es excusa. Podemos hacer nuestro trabajo viendo aquello que nos convenga ver.

En cambio, si la actriz que encarna a Julieta trabaja a partir de Romeo, momento a momento, obviamente todo será mucho mejor. Cuando Katherine Hepburn tuvo como partenaire a Richard Burton dijo que no había nada más grato y sencillo que actuar con él pues le iba dando todo cuanto ella iba necesitado. Y quien reporta esta anécdota, William Layton, cometa en su libro "¿Por qué? El trampolín del actor" que muy probablemente Richard Burton pensaría lo mismo de Katherine Hepburn.

Es evidente que una escena puede ser tanto más rica e intensa cuanto mayor es la capacidad de los actores de trabajar a partir de sus partenaires. Pero todo actor tiene mucho para ganar entendiendo que la actuación propiamente dicha no depende tanto de lo que pasa como de lo que puedo creer que pasa.

No cabe duda que para lograr creer el actor deberá saber usar su imaginación y entrenar su capacidad para personalizar y particularizar la circunstancia del personaje. Pero este pilar fundamental que sostiene la actuación no puede más que debilitarse cuando los actores se esfuerzan en escena para "hacer existir" dicha circunstancia.

Volviendo al problema de la fe, sería difícil hacer un actor de quien necesite ver para creer, como Tomás, el personaje bíblico. En otros términos, felices aquellos actores que puedan creer sin ver.